
Una vez alcanzada la maduración de las ciruelas, se cosechan manualmente en canastos de mimbre y en el día de ser cosechas se disponen en bandejas de madera para iniciar su proceso de secado al sol.
Diariamente se tapan para preservar la fruta del rocío y al amanecer se repite el proceso.
El fuerte sol mendocino colabora en este arte ancestral de secado de la ciruela, que conserva todos sus nutrientes y propiedades de manera natural.